Arturo Boote Por Jorge Bonfanti
Una de las calles más importantes de nuestro barrio lleva ese nombre, pero muy pocos, casi nadie, debe saber quién fue este benefactor de Loma Verde y por qué el homenaje es merecido.
Empecemos por hacer algo de historia. Arturo Frondizi fue presidente de la Nación y uno de los dirigentes polí- ticos más preclaros e importantes en la convulsionada segunda mitad del siglo XX. Integró junto a Ricardo Balbín la fórmula presidencial que confrontó con Perón en 1951, y en 1957 encabezó la ruptura de esta legendaria fuerza política, ya por aquellos tiempos. Inmediatamente después se presentó a elecciones y conquistó la primera magistratura, de la que fue despojado por un golpe militar.
Ante esta enorme catarata de acontecimientos de importancia histórica, cualquier ser humano necesita de apoyos y rodearse de afectos: primero romper por cuestiones de principios con su partido histórico, presentarse a elecciones encabezando la boleta, y ganarlas, sufrir la interrupción antidemocrática de su gobierno.
Arturo Boote fue ese apoyo, uno de los grandes e incondicionales amigos de Frondizi, que lo acompañó cuando se desempeñó como legislador, cuando fue el elegido para secundar a Balbín, cuando formó la UCRI (Unión Cívica Radical Intransigente) y luego el MID (Movimiento de Integración y Desarrollo). Esta amistad fue premiada de una manera un tanto particular. Cuando el presidente le preguntó a su amigo qué rol quería desempeñar en el gobierno, Boote, que podría haber aspirado a algún ministerio -de hecho se lo consideró para el de Industria-, solicitó una embajada en un país soleado y con playa y mar, y fue designado al frente de la representación diplomática de nuestro país en Trinidad y Tobago.
Era común verlo a Frondizi, cuando era presidente, recorriendo la calle que hoy recuerda a su amigo, hasta la casa de este, justo al lado de la entonces granja San Sebastián, y actualmente el barrio cerrado. Incluso este cronista, que cuando Frondizi fue despojado de su cargo, en 1962, tenía 8 años, recuerda que una vez que se había pinchado la rueda de la Estanciera donde viajábamos con mis padres, un auto se detuvo a preguntar si necesitábamos ayuda, y quien se ofrecía era nada menos que el presidente de la Nación.
Boote fue, además, el que donó las tierras para que la escuela Nº 3 tuviera su edificio definitivo, y un constante impulsor de mejoras barriales. Como no tuvo hijos, es casi imposible conseguir datos para elaborar una biografía de aquel hombre bajito, pelado y bonachón, que con su esposa concurría, con toda modestia, a los actos escolares, y había hecho de nuestro barrio su lugar en el mundo.